Columna dominical: Reflexión pedagógica


Como hoy es domingo, haremos una pausa para reflexionar un poco sobre los métodos pedagógicos. Esta es una columna de mi autoría. Es especial para docentes formados o en formación. Ojalá la disfruten.

Después del milagro y el enigma de nacer, está el reto de entender, o al menos captar, el mundo que nos rodea para poder sobrevivir. Inicialmente nuestros padres y nuestra familia nos acompañan a dar nuestros primeros pasos y decir nuestras primeras palabras; pero el mundo nos lleva millones de años de ventaja y la situación es que nosotros sólo tenemos una fracción pequeña de tiempo, que es lo que llamamos vida, para aprehenderlo. Es, ciertamente, una tarea titánica, que puede parecer imposible, porque implica recorrer toda la historia de la humanidad en unos cuantos años. Por eso, para optimizar el proceso de captar lo que el mundo es, el mismo ser humano ha hecho uso de una habilidad inherente a su naturaleza: la habilidad de enseñar. De hecho, enseñar es una actividad tan antigua, que podría decirse que nació con la sociedad; en la antigua Grecia era sinónimo de guiar, conducir, mostrar la “seña”.

Si bien no nacemos con todo el conocimiento de lo que es el mundo y de cómo sobrevivir en él, tampoco nacemos “sin tener nada en la cabeza”: al nacer, estamos provistos de un extraordinario cerebro que viene equipado con todos los mecanismos necesarios para lograr el aprendizaje y la interacción exitosa con el mundo. En tal sentido, la enseñanza sirve sólo de trampolín o guía: no es el profesor quien le “inserta” todos los conocimientos al alumno, sino el alumno quien los descubre y se apropia de ellos gracias a la guía del profesor. 

La pedagogía humana o arte de enseñar, entonces, no podría hacer su trabajo si aquel a quien va dirigida no tuviera la capacidad o intención/actitud de aprender o interactuar con el conocimiento. Infortunadamente, aunque parece lógico dicho pensamiento, tal aproximación es sólo reciente. ¿Por qué? La pedagogía tradicional es transmisora, ya que obedece a un desconocimiento o conocimiento incompleto de cómo funciona el cerebro en relación con el aprendizaje. Si se llama tradicional, es porque pensaba al estudiante como un receptor pasivo de conocimiento, como una máquina de memoria; al aprendizaje se le confundía con el proceso de aprender al pie de la letra o memorizar.

Por eso, la pedagogía tradicional, que desconocía el papel activo del aprendiz, ha logrado renovarse desde distintos flancos. A partir de la reflexión y evaluación, la pedagogía ha intentado construirse tal y como se da el proceso de la vida misma. 

Por ejemplo, la pedagogía ha enfatizado en la importancia del trabajo colaborativo y el compartir socialmente el conocimiento (pedagogía nueva); se ha centrado en las capacidades de autogestión, creatividad e iniciativa (pedagogía autogestionaria) que tiene el aprendiz; se ha presentado como analítica y reflexiva, dando sentido a los componentes de las relaciones humanas y desarrollo humano en todas sus dimensiones (pedagogía liberadora); y ha dado relevancia al carácter activo del aprendiz, permitiéndole apropiarse del conocimiento y descubrir las propias habilidades, ingenio y talento (pedagogía operatoria). Además, a partir de su propia evaluación, la pedagogía también se ha opuesto al autoritarismo, invitando a la transformación y al cambio, enfocándose en el bienestar y la calidad de vida (pedagogía de la teoría crítica de la enseñanza); así como también se ha centrado en la construcción de conciencias autonónomas a partir de la investigación formativa (pedagogías investigativa e interciencial).

Como puede notarse, las nuevas concepciones de la pedagogía le han permitido presentarse a sí misma como una vía hacia, un medio para, el desarrollo del pensamiento del aprendiz. Paulatinamente, entonces, el aprendiz va incorporando a su sistema de pensamiento todos los métodos y hechos que la pedagogía le haya permitido; y es eso lo que le va a posibilitar enfrentarse de manera adaptativa a un mundo cambiante. 

Allí está la diferencia entre considerar al aprendiz como un tablero en blanco sobre el cual escribir datos y considerarlo como dotado de un cerebro inteligente que se puede transformar. Considerarlo de esta última forma, le permitirá a ese ser humano captar el mundo de tal manera que pueda planear, pensar y transformarlo positivamente. En otras palabras, cuando la pedagogía concibe al aprendiz como el principal actor y director de su aprendizaje, se hace de ese ser humano un verdadero ser, capaz de pensar, de pensarse a sí mismo, y de pensarse a sí mismo en relación con el entorno. Para eso, no hace falta apegarse a un solo tipo de pedagogía y trabajar sólo desde ella; una combinación racional y justa entre varias de las maneras en que la pedagogía se ha pensado, será suficiente.

Por eso, si como docentes queremos cumplir nuestro objetivo de optimizar el proceso de captar lo que el mundo es, lo que debemos hacer es tener presente que un ser humano que aprende a pensar puede cambiar su entorno y a sí mismo de manera positiva. El solo hecho de enseñar a pensar es una muestra de respeto hacia el otro, que ese otro aplicará con los demás cada vez que pueda. 

Pero, alguien que no haya aprendido a pensar, ¿cómo va a cuestionar sus actos, sus pensamientos o sus palabras?, ¿cómo va a construir sueños, metas, ideales?, ¿cómo va a identificar lo que es malo y lo que debe hacer para volverlo bueno? No es posible. Sin haber aprendido a pensar, no es posible que ese ser se transforme a sí mismo o todo a su alrededor; sin haber aprendido a pensar, no es posible que ese ser tenga un ideal que perseguir. En síntesis, sin haber aprendido a pensar, no hay vida digna posible, pues la existencia se diluye en el eterno presente de no saber cómo cambiar lo que está pasando

De ahí la importancia de incorporar la formación en valores en la pedagogía: desde distintas dimensiones podemos enseñar a pensar –tanto en el sentido cognoscitivo como en el ético/reflexivo del término- al aprendiz, a la vez que le permitimos su desarrollo en valores. Ya sea desde una dimensión intelectual o desde una técnica, ética, estética o político-ideológica, o, mejor, desde todas ellas juntas, es posible potenciar el desarrollo personal integral del aprendiz.

Para finalizar, es necesario resaltar la importancia del papel del docente y de la pedagogía en general. Es de tanto cuidado y responsabilidad la labor del docente, que si no la hacemos apropiadamente corremos el riesgo de quitarle a alguien la posibilidad de vivir una vida digna y la más humana posible, la de perseguir un ideal gracias a la capacidad de pensar por sí mismo.


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